Desde la letanía de no poder alcanzarte
te escribo en esta noche cerrada
donde me hallo mecido por el viento
en el desconsuelo de no poder verte.
¿De qué me sirve saber que me amas
sino puedo estrecharte
y mecerte entre mis ramas?
¿De qué me sirve esta vil existencia
mirándote cada noche en el cielo altanera?
Princesa maldita, musa de tantos trobadores,
que con tu manto a todos embrujas
que a todos nos sumes en esta locura.
Miro al tiempo y dibujo sueños con ecos.
Finjo no ser consciente de tus innumerables amantes
de tantas historias de amores.
Tú, la más deseada
tú, dama blanca de la noche
tú, mi carcelera,
tú, mi protectora
tú, mi liberadora.
Guardas en tu alcoba
los besos que nunca podré darte
que me hacen maldecir
este suelo al que estoy atado
esta falta de alas
esta mirada eterna
buscándote,
pensándote
Muriéndome cada noche como ésta
en la que las nubes te cubren
y me desgarran los celos
imaginándome que te escapas del cielo.
Que huyes de tus dominios y te dejas querer
y olvidas a este viejo árbol
que te llora y te venera
que te ama y te «des-ama»
Al que una noche tal como ésta
encontraste bañado en estas aguas
y prometiste amor eterno
aquella noche
que te escapaste del cielo.»
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