¿Quién será aquella? ¿La que no persigue al sol?
En el centro de un campo infinito de girasoles, una figura se recorta contra el horizonte: una chica de espaldas. La escena parece de película, casi mítica, como si estuviéramos espiando un eco perdido. Los girasoles, que inclinan sus cabezas en busca del sol, parecen ser más que flores: Son infinitas Clytias atrapadas en su maldición. Y la chica, que da la espalda, no puede ser otra que Dafne.
Hay muchas formas de estar maldito, y esta idea las encapsula con una intensidad casi insoportable de lo familiar que nos es. La maldición de desear hasta la obsesión y la maldición de ser deseado sin corresponder. Dos caras del mismo Apolo, dos mujeres unidas por el peso del sufrimiento: Clytia y Dafne. Una, condenada a adorar a un dios que nunca le devuelve la mirada. La otra, destinada a huir de su abrazo incansable.
El campo, por tanto, no es solo un escenario bucólico: es un lugar maldito. En cada girasol, una Clytia persigue con fervor la luz de Apolo, que la ignora. Sus cabezas doradas se inclinan, desesperadas, esperando un destello de atención. Y en el centro de este mar de deseo frustrado, está Dafne, la única que se atreve a huir del sol. La única que da la espalda.
Ambas mujeres son prisioneras de sus propias tragedias. Clytia, consumida por su amor no correspondido, se transformó en girasol, destinada a perseguir eternamente a aquel que no la quiere. Dafne, que aborrecía ser perseguida, suplicó ayuda para escapar, y fue convertida en un laurel. Las dos se convirtieron en plantas. Las dos buscaron en esa transformación un alivio, aunque nunca encontraron paz.
Me imagino a cada una de esas Clytias mirando a Dafne, deseando por un instante ser como ella: darse la vuelta, rechazar la luz, huir de Apolo. Y pienso también en Dafne, tan admirada, tan sola. Porque aunque parece que ella ganó al escapar de Apolo, su victoria la dejó atrapada en otra forma de soledad, maldita por su resistencia.
Esta imagen –la chica que no persigue el sol– me invita a reflexionar sobre cuántas veces habremos sido Clytia, consumidos por un deseo que nunca se cumple. O cuántas veces hemos sido Dafne, perseguidas y proclamadas diosas y/o brujas,envidiadas y odiadas, siendo en el fondo tan malditas como cada una de las Clytias que la rodean, pero infinitamente más solas.
Quizá ahí radique el auténtico malditismo: en ver el vaso medio vacío ya que también me imagino a cada una de esas Clytias mirando a Dafne, deseando, por un instante, ser como ella: darse la vuelta, desafiar la tentación del dios sol y elegir su propio camino. Pero también en Dafne, cuya decisión de huir la convirtió en algo eterno, enraizado, invencible.
Y tú, ¿quién has sido más veces?
2 respuestas
Magnifica obra, estupenda artista. No podía esperar menos
Lo dicho, rebonita!