Espejo de Amatista

Parte I: Despertar

Las ideas son como mariposas que revolotean por el aire. Es difícil creer que no cambian, y nos empecinamos en creer que en efecto es así, sin embargo, al echar la mirada atrás, el abismo entre lo que somos y lo que éramos se cierne sobre nosotros.
El paso del tiempo deja una huella en el ser humano imborrable, casi sin darnos cuenta, vemos como el principio y el final están unidos por un hilo delgado y quebradizo. A menudo nos sorprendemos a nosotros mismos mirándonos al espejo sin reconocer lo que los años han hecho de nosotros. Porque en el fondo seguimos pensando que somos aquellos chiquillos que un día fuimos.
Sí, aquellas ilusiones, aquellos sueños… y de repente, un día, te levantas y te das cuenta de que lo que has hecho con tu vida en absoluto es lo que habías soñado.
Y a la vez, te ves envuelto en multitud de excusas para explicar tu vida, el por qué de tus elecciones. Pero decides que puedes engañar a todo el mundo, a quien quieras, pero que ya es hora de dejar de engañarte a ti mismo y asumir la realidad.
¿Que cómo abres los ojos? No sabría decirte, pueden ser pequeñas cosas, que poco a poco se van sumando, añadiendo matices que hacen que lentamente se vaya quitando ese velo que te has empeñado en llevar puesto para no ver tu vida…Para no asumirla.

Así me pasó a mí, creía que lo más acertado había sido irme a vivir con Marc. Llevábamos unos cinco años juntos en aquel pequeño estudio que yo llamaba hogar y que él, muy sutilmente, como solo él sabía ser, lo llamaba cuchitril.
Era un espacio diáfano donde el sofá-cama y la compartían apenas 20 metros cuadrados .Y sólo podías vislumbrar un halo de intimidad en aquellos momentos en lo que acudías al cuarto de baño.
Pero, a mis veintiséis años, yo no cabía de gozo, era tan feliz… y no me hacía falta nada más que aquel hombre que yo había elegido como compañero para el resto de tu vida.
Y de repente, una mañana, la del 23 de Agosto, desperté como si todos estos años, cinco, casi seis, hubiera estado sumida en un profundo sueño, letargando. Y no fue como otras veces que me hacía la remolona y me costaba abrir los ojos. No. Esta vez me desperté muy descansada. En un acto me quedé sentada en nuestra cama. La misma cama en la que habíamos dormido estos cinco años atrás.
Con los ojos bien abiertos miré cuánto había a mi alrededor, lo vi claro, y sin más miramiento, desperté a Marc, quien aprovechaba plácidamente de los 15 minutos que aún le quedaban antes de que sonara el despertador:

– Marc, cariño, Maaarc, despieeerta…

Marc, aun sin abandonar las sábanas, abrió medio ojo y miró el despertador e inmediatamente, lo volvió a cerrar para responderme un vago:

– Qué …?
– Marc, escúchame, he decidido que voy a volver a la universidad. Total, solo me queda un año de carrera…
– Vale Nuria, lo que tu quieras.

Y sin más, se volvió a dormir hasta que el despertador sin clemencia indicó que ya eran las 8:00 de la mañana y que era hora de levantarse.
Como todas las mañanas, corrí a coger las tostadas y untarlas con mantequilla y mermelada. La que más me gustaba a mí era la de melocotón y a él la de grosella. Así que compartíamos una pequeña mesa plegable con un desayuno que más tenía de ritual que de ceremonial. Sonreía mientras preparaba el café y veía como Marc se apartaba las greñas de la cara al buscar entre los muebles la corbata que la noche anterior no reparamos en colocar.

Me parecía tan sensual verle llegar del trabajo diciéndome lo cansado que estaba y cogerle de la corbata y llevarle hasta el sofá-cama aun sin abrir. El sofá… y mientras dulcemente con sus ojos verdes me decía lo pícara que yo era, sus labios esbozaban:

– Nuri, estoy muy cansado…

Pero no se resistía, me seguía el juego, mientras yo perdía su corbata en la penumbra, él seguía sonriendo. Creo que fue esa sonrisa la que me enamoró perdidamente. Le quería tanto…
Y cuando conseguía, tras la corbata, arrebatarle la camisa, sus manos adquirían vida, me despojaba de cuando llevara y en un arduo abrazo manteníamos una lucha en el sofá. Yo encima, él debajo, yo debajo, él encima… Adoraba introducir los dedos en su sedoso pelo. Su pelo… cuánto me había costado convencerle de que se lo dejara largo, como a mi me gusta. Me ponía mil excusas, que si el trabajo, que si la imagen … y cuánto chantaje me hizo con él. Pero al final cedía. Y yo disfrutaba, regocijándome entre aquellos reflejos dorados…Me volvía loca.
Después me besaba intensamente, como queriendo retener el momento. Podía notar los latidos acelerados de su corazón bajo la respiración. Yo me arropaba con la funda del sofá mientras él me acariciaba los muslos y me preguntaba jovialmente que qué había de cenar…

Cuando llegó a la mesa sin peinar y la camisa sin abrochar todavía le continué insistiendo con el tema:
– Pues eso Marc, que he decidido que al final voy a terminar mis estudios.
– ¿Qué? – Me miró sin levantar la cabeza, con una mezcla de incredulidad y sorpresa – ¿De que demonios me estás hablando?
– Te lo he dicho antes…
– ¿Qué? ¿Antes? ¿Mientras dormía? Anda Nuria que a veces tienes unas cosas…

La sonrisa que albergaba mientras preparaba el café recreándome en la noche anterior desapareció en un instante. Había decidido que quería retomar mis estudios en el mismo punto donde los había dejado. Total…¿cuántos años habían pasado…? ¿Uno?¿dos quizás?¿tal vez tres? Daba igual cuántos fueran en realidad, lo había decidido y nada, ni nadie, me iba a hacer cambiar de idea.

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