-Me gustaría verte desnuda
Y la ropa cayó al suelo en un abrir y cerrar de ojos.
–No. No me refiero a que te quites la ropa y verte la piel.
Quiero verte desnuda,
desnuda de verdad.
Quiero ver lo que te inunda por dentro,
quiero saber qué mueve tus gestos,
quiero perderme en tus historias,
quiero fundirme en las costuras que disimulas con pliegues…
Quiero…
Y la piel se empezó a abrir
a caer del cuerpo por capas
y cada capa era un río de abundancia y sangre
el ansia de conocer más
hacía inevitable devorar cada una de ellas
y cada vez quería más y más.
-No temas. Quiero conocerte realmente.
Es fácil ver a una mujer desnuda,
lo difícil es que se desnude realmente,
que te deje ver lo que tiene dentro.
Y así se volvía a cuartear el tejido
y manaba un torrente infecto,
una cascada de agua estancada
o miles y miles de canicas encapsuladas
que se rompían al tocar el suelo.
-Yo quiero cuidarte. Déjame cuidarte,
déjame mimarte, quiero conocerte toda tú,
destrozar tus demonios,
descubrirte nuevas formas de hacerte sonreír,
no temas, no voy a huir, me interesa todo,
todo lo que venga de ti,
saberte tanto me acerca más a ti.
Me hace quererte más.
Déjame entrar… déjame entrar.
Y en las grietas empezaron a salir los vientos, los ciclones y torbellinos
que tan pronto volaban a los labios
como creaban tormentas.
La carne se tornaba fría y húmeda al tocarla
por muy roja que manara la sangre.
Los ecos que resonaban dentro
tenían voces graves y tenebrosas.
-¿Aún quieres entrar?
En las manos empezaron a caer pedazos mientras abría con cuidado,
quería ver, quería observar, pero no veía nada.
Así que cada vez iba adentrándose más y más,
pero sólo encontró una nada inmensa, un agujero profundo
que no se acababa.
Ya no quería conocer más.
Echaba de menos,
cuando sólo se quitaba la ropa.